Ventajas e inconvenientes del teatro público frente al privado en la cuarta y última sesión del ciclo Conversaciones en el Galileo
Lo que son las cosas. En la cuarta y última sesión del ciclo "Conversaciones en el Galileo", celebrada el pasado lunes, el tertuliano que me pareció más progresista fue Luis María Ansón, que se manifestó en contra del "capitalismo salvaje" y a favor de la intervención del Estado no solo en cuestiones de teatro, sino también en lo relativo a la educación o la sanidad. Y sin embargo, el otro contertulio de la tarde, Albert Boadella, se mostró algo conservador, marcando como uno de los principales problemas del sector las "exigencias sindicales" y mostrándose en contra del abaratamiento del precio de las entradas.
Vayamos por partes. Boadella comenzó su intervención enumerando los inconvenientes y las ventajas del teatro público. En el primer grupo, además del mencionado "predominio sindical", habló de la desviación que estos centros sufren hacia las inclinaciones estéticas de sus directores, de la falta de cultura -paradoja- de algunos altos cargos de Cultura, de administraciones sobredimensionadas, o de su imposibilidad para ser rentables. En el otro grupo, sin embargo, mencionó que otras instituciones públicas "imprescindibles" tampoco son rentables, como el Museo del Prado, y que el teatro es efímero, dura lo que dura la función, por lo que "el patrimonio escénico solo es posible mantenerlo con una voluntad pública".
Ansón, el rey de las adulaciones, se mostró totalmente de acuerdo con su compañero, especialmente respecto al riesgo de la sobredimensión de personal en el teatro público, ante lo que se mostró a favor de establecer plantillas máximas, y respecto al obstáculo de la intervención sindical (quizá no sea tan progresista como creía...). Y en este punto ambos fueron reprendidos por el crítico Javier Villán, presente en el acto, quien sugirió que era algo simplista reducir los problemas del teatro público a la falta de flexibilidad de los sindicatos respecto a la actividad artística.
Respecto a la competencia desleal del teatro público frente al privado, un tema que activó cierta polémica en la anterior sesión del ciclo, la dedicada a cómo medir el éxito teatral, Albert Boadella aclaró que su función es llenar los recintos que gestiona -los Teatros del Canal de Madrid, de titularidad pública pero de gestión privada- y que "si me planteo no hacer competencia desleal al privado tendría que programar siempre experimentación", pero que para él el límite está muy claro: el tiempo. Es decir, que los teatros públicos tienen que presentar los espectáculos de éxito durante poco tiempo para darle la oportunidad a los empresarios privados de desarrollar estos proyectos durante más tiempo... y con más rendimientos económicos.
Por último, y matizando lo relativo a la reducción del precio de las entradas, Boadella explicó que los culpables de la situación actual son los políticos, que fueron quienes acostumbraron al público a pagar poco por las funciones de teatro, y que la tendencia tiene que ser la contraria, es decir, aproximar a los espectadores al precio real. Nada que objetar, excepto que quizá en plena crisis no sea el mejor momento para reeducar a los espectadores.
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