Me considero seguidora incondicional de Juan Diego desde que era pequeña, cuando visitó mi pueblo para rodar "Viaje a ninguna parte" y me conquistó como profesional y como persona. Después de ver anoche la obra "La lengua madre" esa devoción continúa, pero no porque a ello contribuyera en sí el texto de Juan José Millás. Y es que el montaje, más allá de la brillante y sentida interpretación del actor sevillano, me pareció aburrida aunque bienintencionada.
Me dio la impresión de que no acabé de captar el mensaje que el autor quería transmitir, que me quedé atrapada por una serie de chascarrillos que no acabaron de hacerme gracia ni me transmitieron idea alguna. Sacar varias palabras del diccionario, como "abúlico" o "abulense", e intentar hilar con ellas anécdotas y chistes no es precisamente el colmo de la diversión, en mi modesta opinión. Si lo que se pretendía era hacer una crítica a los mercados, a la dictadura de lo económico en la que vivimos actualmente, a través de una llamada de atención sobre la pérdida de nuestras formas de expresarnos, es algo que intuí pero que no acabó de impactarme. No sé si estaba distraída por los brazos de Hugo Silva, sentado a muy pocas butacas de distancia, o que me pilló en un día complicado, pero malo cuando en un teatro siento la irrefrenable tentación de mirar el reloj.
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